RELATOS BEISBOLEROS EN TIEMPOS DE CUARENTENA (1)

Relato1

El sonido de una pelota rebotando contra una pared llevaba ya más de 20 minutos pero Rosendo no se desesperaba, sabía que el sonido, tal vez molesto para mucho, provenía del hastío de su nieto luego del obligado encierro en casa a causa de la pandemia decretada.

 

Mientras, sobre el viejo escritorio, tres cartoncillos dominaban el escenario y hacían que la mirada de Rosendo se mantuviera fija.  Eran fotografías de jugadores de beisbol, a muchos de los cuales había visto en acción a lo largo de su vida. La cuarentena ayudó a extraer del viejo baúl aquellos cartoncillos.

 

  • “Abuelo, estoy aburrido, Quiero salir a jugar con mis amigos”.
  • “Pero Miguel, mijo, ya sabes que no se puede. Nadie debe salir de sus casas por ahora, Es peligroso”.
  • “Pero es que aquí, no hay nada qué hacer. Mis papás se la pasan trabajando en sus compus aquí en la casa, no hay nada qué hacer más que ver la tele”.
  • “Siempre hay algo que hacer, hijo, algo que te hace pasar buenos ratos”.
  • “¿Tu que haces, abuelo?”
  • “Yo estoy viendo estas fotos de jugadores de béisbol, me gusta repasar sus nombres y acordarme de lo buenos que fueron. ¿Sabes?, a varios de ellos me tocó verlos en vivo, en el estadio”.
  • ¿Te gusta mucho el béisbol, abuelo?
  • “Me encanta, Miguel. ¡Me vuelve loco!

Rosendo dio un sorbo a su taza de café, siempre negro con poca azúcar, Suspiró.. y se puso a evocar. ¿De donde esa pasión y ese gusto que rayaba en lo insufrible por el béisbol?

 

Su abuelo, Erasmo, aficionado y testigo de la Liga de la Costa del Pacífico, cuyas pláticas tenían como referente lo que sus ojos admiraron. “Ya nunca se verá ese béisbol. Esos eran peloteros, se partían el alma en el terreno, jugaban por la camiseta y qué juegos nos daban”.

 

El nieto aprendió, desde que tuvo entendimiento, los nombres y hazañas de jugadores como Daniel Ríos, Tomás Arroyo, Alfonso “Tuza” Ramirez, Guillemo“ y Huevito” Alvarez, entre otros muchos más.

 

Su papá, Miguel Esteban, asiduo asistente a los juegos de ligas locales y regionales, amigos de peloteros amateurs, muchos de los cuales acudían a su casa de Balbuena para entre cervezas, platicar de los juegos fueran de las ligas Ejidal o “Papas Costeñas”.

 

O tal vez los casi tres meses que pasó en la clínica del Seguro Social de Culiacán, obligado luego de haberse quemado su pierna derecha con aceite hirviendo en el otoño de 1962.

 

Desde la cama de aquel hospitalito, Esteban tenía una vista privilegiada del “Angel Flores”, que en las noches era sede de los juegos del equipo de casa entonces integrante de la Liga del Noroeste.

 

A través del radio, aprendió a identificar la voz de Don Agustín, que en su narración transmitía la pasión por los colores de casa, ayudaba a identificar a los peloteros y colocaba sobre míticos pedestales a quienes se harían sus héroes uniformados.

 

Desde la postración hospitalaria, aún y sus dos años de edad, Esteban vio nacer su ilusión por alguna vez conocer ese pasto verde sagrado, ese diamante que se dibujaba desde las alturas del tercer piso del hospital y atestiguar las hazañas que le fueron narradas para construir sus fantasías.

 

“Quiero ser jugador”, fue su sueño y consigna.

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